¡Tenés que ser más abierto!, me dicen

 

A lo largo de mi vida, muchas fueron las propuestas de que cambiara mi forma de actuar, mis ideas, que abriera más mi mente, que me acercara a abismos y cornisas peligrosas, que corriera más riesgos, que fuera más atrevido.  

Y según quién me lo decía, debía ser más así o menos asá, pero eso era desde el punto de vista del otro, no del mío. Es decir, al otro le molestaba que yo fuera de cierta manera, pensara o hiciera tal cosa.  

Nunca, ni siquiera hoy, mirando a la distancia, siento que me perdí de algo o me arrepiento de no haber hecho algo. Siempre estuve donde deseaba, dentro de mis limitaciones, y así evité personas o lugares que no me interesaban. Aunque en ocasiones trabajé con gente que no elegía, procuré rodearme de personas interesantes para mantenerme alejado de actitudes negativas.  

Viajé, leí, conocí, hablé, besé, reí, saludé, abracé, lloré, me despedí y fui bienvenido.  

Nunca sentí que me perdiera de algo. Nada de lo que me decían u ofrecían me entusiasmaba más que mis propias actividades. Cuando se tiene un camino claro y más o menos se sigue, con altibajos, no hay mejor plan. Ninguna diversión, distracción o entretenimiento puede superar aplicarse al camino elegido, sea cual sea.  

Hoy, sigo igual. No tengo un plan rígido; me adapto a las circunstancias. Mi camino es mi camino... o no. Y no hay un único camino, opción o manera. Aún sin cambiar de camino uno puede caminar, comer o descansar... en el mismo camino.

Cada quien debe respetar su propio camino, si lo tiene. Y si no lo tiene, ¿qué espera?

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