Aprender a volar
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Esta es la historia de un niño que, mientras sus amigos de la misma edad se distraen con pantallas, él se abstrae mirando cómo el viento y las hojas caídas en la calle juegan juntos, formando pequeños remolinos.
Un día, el niño conoció al viejo. El viejo era alguien que no se movía, se intuía que respiraba. Era como una montaña. El viejo siempre estaba quieto y en silencio.
El viejo no hablaba con quienes le hablaban; él hablaba con quienes hacían silencio a su lado.
Un día, después de tanto ir en silencio, el viejo le empezó a enseñar al niño.
Y así pasó el tiempo: hablaban del bambú que se dobla, pero no se quiebra; del ceder y avanzar; de la vida y sus altibajos. Así cambió el clima y volvió a cambiar. Una primavera, dos primaveras, tres primaveras y continuó.
Hasta que un día el viejo se movió; lo inamovible se trasladó. Abrió la ventana de su casa y con una mínima brisa que entró, el viejo se elevó del suelo y salió volando. Mientras su alumno lo veía, el viejo surcó el cielo como si fuera una hoja de árbol. Luego volvió y le dijo al alumno: "Ya estás preparado, es fácil; el truco es vaciarse y ser más liviano que el aire".
El alumno, con muchas dudas, lo intentó algunas veces, y de a poco se separaba cada vez más centímetros del suelo, hasta que logró volar como el maestro.
Luego de este logro, no se vieron más con el viejo. Y el joven, cada vez volaba mejor, más rápido, más alto. Así se convirtió en un experto volador. Creyó que había alcanzado lo máximo: estaba volando. ¿Qué más se podía lograr?
A pesar de estar seguro de que no se podía conseguir algo más, igual había algunas ideas no muy claras en su mente, por eso decidió volver a la casa del viejo.
El maestro no se sorprendió. Se alegró de verlo, no le preguntó nada y esperó hasta que el joven habló:
"Logré volar, no solo flotar, sino volar. Puedo ir y venir a cualquier lugar, pero igual siento que algo me falta."
El viejo le dijo: "Aprendiste a volar y dominar los vientos, pero no aprendiste a dominarte a vos mismo."
El joven pensó, se fue y siguió pensando; no durmió y continuó pensando. Y volvió a irse. Algunos dicen que ya no vuela con el viento, sino con el silencio.
Y cuando se levanta una mínima brisa, si prestás atención podés escuchar, entre el silbido del viento, cómo pasa cerca tuyo.
Fin
....................
Ese joven que aprende a volar puede ser tu hijo, un negociante o vos mismo.
El joven logra lo imposible. ¿Quién no soñó con ser libre, con tener cierta maestría o algo de poder? Pero cuando vuelve con el maestro, el viejo le demuestra que no era tan grande lo que había logrado, que había más, mucho más.
Cuando pensamos que seguir modas, apoyar mayorías, o tener seguidores es lo mejor, es cuando nos encontramos vacíos y nada nos llena ni nos conforma.
En una época en que hay mil cursos para que seas mejor persona, el viejo nos enseña en silencio.
Volar puede volar cualquiera; el problema es que sin dirección te perderás en el cielo.
César G. Monteghirfo
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