Ser un heremita hoy
Hace más de 2000 años, algunas personas sentían un llamado místico, religioso o filosófico y tendían a abandonar la sociedad buscando lugares apartados: desiertos, bosques o montañas. Su intención era alejarse de lo mundano y de la comodidad de una vida protegida, para entregarse por completo a su vocación.
Creían que, alejándose de las comodidades y acercándose a la naturaleza, lograrían una vida espiritual más plena, enfrentándose a situaciones más reales e incluso más peligrosas que en los pueblos.
Esta idea se difundió hasta convertirse en un estereotipo: la persona que se aísla del mundo para enfrentarse a sí misma y a una vida rigurosa, sin comodidades.
Sin embargo, más de 2000 años después, todo cambió.
Hoy, ser un eremita no implica vivir de la caza y la pesca en una cueva. Hoy eso, sería el camino fácil.
Enfrentar la vida urbana es mucho más difícil para quien desea mantener una conducta religiosa o filosófica. Las ciudades nos exponen a tentaciones constantes, ruido, violencia, miedos, sirenas, angustias, ansiedades, publicidades invasivas y un mercado de consumo que nos promueve gastar sin necesidad.
El desafío contemporáneo no es aislarse en una montaña para "encontrarse a uno mismo" y así llegar a ser más tolerantes, empáticos y sabios.
El desafío contemporaneo es aprender a responder con amabilidad al taxista que nos habla mal o comprender al vecino que no nos saluda en el ascensor.
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César G. Monteghirfo
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